INTRODUCCIÓN - II
ELOGIO
DE LA GRAMÁTICA
Ahora
prescindamos de la morralla y vayamos al anverso, que da cumplida respuesta a
esa pregunta final y tontilona de antes.
Para
alcanzar la esencia de la gramática, su verdad científica y cotidiana,
necesitas dotarte, por supuesto, de algunos rudimentos; pero además, de
modestia y permeabilidad, es decir, mantenerte receptivo. Aunque tampoco
conviene que tengas fe ciega en mi magisterio, porque puede que alguna vez te
engañe, por escapar de mi propia ignorancia, por mitigar alguna cuestión de
particular dificultad o por urdir alguna trampa que ponga a prueba la
consistencia de tus progresos. De modo que tu confianza en mí no debe anular o
condicionarte el adecuado sentido crítico; de lo contrario, derivaría en malformación
de aprendizaje.
A
mí juicio, la gramática pivota sobre tres grandes ejes perfectamente
ensamblados entre sí. Observa, dilecto discípulo:
· La gramática nutre y estructura el pensamiento.
Nuestro
pensamiento comienza a rodar cuando asociamos significados a palabras. Ahí
estriba la base de su existencia y desarrollo: generar significados que
inmediatamente parten a la busca y asociación con palabras, hasta el punto de
que un significado sin palabra que lo sostenga no existe (prueba, a ver). Por ejemplo,
alguien descubrió que en la atmósfera terrestre había una especie de “fluido
que le permitía respirar” (después la ciencia precisaría lo de “mezcla de
gases”, etc.), y decidió que aquel significado merecía una palabra, y se le
ocurrió llamarlo aire (no preguntes
la razón, no la hay, bien pudo darle el nombre de tontería -aunque quizás para
entonces esta palabra ya estaría pillada con el significado que conocemos,
imagina por qué-, pero no, se le
antojó aire). Y esta asociación,
aceptada por los miembros de la misma comunidad, prosperó. Un ejemplo más: otra
persona consideró que a “moverse deprisa de un lugar a otro” le venía perfecto correr, y también todos aprobaron la
idea. Y así, un ejercicio continuado de vínculos que fue poblando de palabras
la lengua y sentando los cimientos del pensamiento. Pero, al fin y al cabo,
sólo cimientos. Si el proceso se hubiera detenido ahí, el pensamiento no habría
avanzado más allá del crucigrama, esa mera capacidad estática y memorística.
El desarrollo lo trajo la gramática, dilecto
discípulo. De su mano llegó la revolución. Arduo trabajo, no creas. Primero se
dedicó a clasificar todas las palabras surgidas de las asociaciones,
hermanándolas por afinidades y rasgos comunes. ¿Cómo te diría? Imagina un
recinto lleno de deportistas de todo tipo, y encargan a un experto, muy
experto, diferenciarlos y organizarlos según sus cualidades y habilidades. Unos
para fútbol, otros para baloncesto, aquí los de lanzamiento de jabalina, allí
los ciclistas, etc. Eso fue lo primero que hizo la gramática con las palabras,
agruparlas en conjuntos cerrados -más
o menos cerrados-, para lo cual utilizó
su herramienta más inflexible, la morfología. Después, cuando ya puso a cada
cual en su sitio, pasó a establecer relaciones entre ellas, unas veces muy
simples y otras más complejas, según las necesidades de cada intercambio de
mensajes, aunque siempre con el objetivo de alcanzar tanto eficacia como
armonía (por ese orden -ya lo aclararé-). La gramática encargó esta segunda labor de
engarce y filigrana a su otro agente, más dúctil que el anterior, la sintaxis.
Al
pronto, parecería que primaba la uniformidad. Pero, ojo, la mayoría de los
jugadores resultaron versátiles y, a lo mejor, según las circunstancias, el
portero puede jugar de delantero centro y, no creas, no lo hace tan mal. De
modo que las clasificaciones morfológicas no son tan herméticas, porque luego
viene la sintaxis, más condescendiente y resultadista, y permite a veces que
algunas palabras adopten un papel distinto al asignado por la morfología,
siempre que con ello se refuercen la eficacia y armonía a las que me acabo de
referir. Por ahora quédate con este apunte, dilecto discípulo, más adelante lo
desarrollaremos.
Así
consiguió la gramática que nuestro pensamiento nunca quedara huérfano ni
reducido a colmenas de significados-palabras. ¡Cuántas expresiones podríamos
elaborar con aire y correr, ¿verdad? Recuerda, por ejemplo
esa que alguna vez te han dicho hundiéndote en la miseria: “Que corra el aire”.
· La gramática ilumina y precisa la comprensión.
Me
refiero a la comprensión de mensajes transmitidos mediante las palabras -no es una perogrullada, hay mensajes exclusivamente
visuales.
Para
comprender y asimilar un mensaje en su totalidad, no nos basta con conocer el
significado de sus palabras, no. Un mensaje no se entiende correctamente con
sólo percibir palabras y conocer sus significados. ¿Por qué? Sin duda, la razón
principal (puede darse alguna otra, ya lo comentaremos) radica en no haber
contado con la gramática. En el anecdotario popular encontramos abundantes
ejemplos. Uno de los más típicos: el del coronel que da la orden de que la
tropa forme en el patio para presenciar un eclipse de sol, orden que se va
transmitiendo por las jerarquías militares inferiores hasta que termina
interpretándose que el sol del patio eclipsará al coronel formado delante de la
tropa (más o menos). ¿Qué ha ocurrido?: se conocían los significados de todas
las palabras, pero en la transmisión se han ido alterando sus valores
morfológicos y sintácticos, propiciando en el mensaje último una comprensión
radicalmente distinta a la pretensión inicial (volveremos a este ejemplo en más
ocasiones, es muy ilustrativo). Concretamente al final, entre otras
alteraciones, en el nivel morfológico se ha cambiado el sustantivo eclipse por el verbo eclipsar, y en el sintáctico la tropa ha pasado de sujeto oracional a
complemento (no viene al caso ahora un análisis más exhaustivo).
Hombre,
algo del mensaje inicial ha quedado, pero de manera tan defectuosa que el error
se instala enquistado en la memoria (en tu disco duro, diría el clásico
actual).
Y
he aquí, mira por donde, aparece la memoria y se cuela en el proceso de marras
como instrumento de anclaje de lo comprendido. Por tanto, cuando hemos
entendido mal algún mensaje, nuestra memoria perpetúa el error, salvo que un
nuevo mensaje sobre el mismo asunto, o un proceso de retrorreflexión permita
asimilar la dimensión exacta de la intervención inicial (pero esto no ocurrirá
sin la obligada ayuda de la gramática). Sería algo parecido a cuando queremos guardar algo en el ordenador y éste te
dice “el archivo ya existe” y te da la opción de sustituir o cancelar.
Habría que clicar sustituir, ¿no?
Repasemos
la secuencia, dilecto discípulo, aplicada al ámbito del aprendizaje, cuando
estudias en un libro o atiendes a las explicaciones del profesor (mensaje
escrito o mensaje oral). Si además de conocer los valores lexicosemánticos de
todas las palabras (los significados), conoces sus valores gramaticales
(morfológicos y sintácticos), la comprensión del mensaje (oral o escrito) será
perfecta. El resto del trabajo corre a cargo de la memoria, que integrará el
mensaje satisfactoriamente en tu bagaje intelectual (una especie de almacén de
conocimientos), culminando así el proceso de aprendizaje. En tu caso, seguro
que habrías advertido el error en el eclipse del coronel.
Aguanta
un poco, no te distraigas. Concluyamos expresando ahora en esquema los
eslabones de esta cadena:
Palabras-significados
+ gramática > comprensión > memoria = aprender.
Así
pues, a grandes rasgos, aprender es el resultado de memorizar lo comprendido en
un mensaje oral o escrito. Y sin embargo, no aprenderemos correctamente si la
comprensión ha sido equivocada y así ha quedado instalada en la memoria (como
la orden del coronel, el eclipse, etc.). Todavía puede ser peor si no hemos
comprendido nada del mensaje, porque sin comprensión no hay memoria que aguante
un mal recuerdo.
Podemos
deducir, pues, dilecto discípulo, que la gramática es la savia de la comprensión,
y la memoria su aliada.
· La gramática modula y canaliza la expresión.
Si
necesitamos la gramática para comprender lo que escuchamos o leemos, también la
necesitaremos para que nos comprendan quienes nos escuchan o leen, es decir,
para que nuestra expresión (oral o escrita) sea comprendida. Es de cajón, diría
un castizo. En el caso del coronel-orden-tropa-eclipse-patio, los sucesivos
fallos de comprensión-expresión en la comunicación llevaron al esperpento
final. Las deficiencias gramaticales no van por barrios, dañan lógicamente todo
el circuito interactivo de la comunicación.
Hay
otras situaciones bien distintas a la anterior, dilecto discípulo. Observa,
alguna vez nos pasa: “quiero decirte algo, pero no sé cómo”, comentamos a
nuestro interlocutor. En cierta forma, el mensaje sería: “tengo la idea,
incluso los significados-palabras que voy a utilizar -o sea, el qué
decir-, pero me cuesta
organizarlas para explicarme con claridad”. De modo que tengo el qué pero no el cómo.
Por
ejemplo, he visto en tu camisa una mancha
de dimensiones considerables (la idea), y además dispongo de los
significados-palabras fundamentales, camisa,
mancha y grande (qué decir), pero no sé cómo advertírtelo
sin que te sientas ofendido. Si dispongo de gran variedad de recursos
gramaticales (posibles presencias de la 2ª persona gramatical -como pronombre personal, como posesivo-, la variedad de deícticos -esa, ahí, etc.-,
los valores reflexivos o impersonales de `se` o la relevancia de los
aumentativos y diminutivos, por citar algunos), seleccionaré los que más
convengan a mis pretensiones, y posiblemente acierte. “Se te ha manchado la
camisa, quizás demasiado” parece lo más delicado. Con lo cual, la gramática ha
encauzado esa expresión que se nos resistía, y la ha ajustado a la intención
comunicativa.
Cuando,
por el contrario, se nos atraganta el cómo
decirlo, ocurre por carencias permanentes o transitorias en nuestros
conocimientos gramaticales. Si el problema es puntual, de minutos en blanco, lo
resolveremos enseguida, y acertaremos en la fórmula del mensaje que queremos
transmitir. Pero si el vacío viene de antiguo, el mensaje resultará
desequilibrado, marrullero, vulgar (“menudo manchurrón te has echado en esa
camisa”, “el lamparón es tremendo”, etc.). Malditas carencias gramaticales que
nos dejan en evidencia en el momento más inoportuno.
De
todas formas, ese batiburrillo de palabras-significados sin organizar, en la
expresión oral lo solventamos, mal que bien, acompañándonos del gesto o de
sucesivas tonalidades más o menos esclarecedoras. Sin embargo, cuando el
problema surge en la expresión escrita, la situación puede llegar a ser
insoportable, sobre todo si las circunstancias obligan a una comunicación
formal, ¿ponemos un examen, por ejemplo? (aquí se puede alcanzar el nivel de
pánico).
Quizás
alegues que normalmente salimos del atolladero de manera intuitiva,
acostumbrados como estamos a comunicarnos. De acuerdo, pero el dominio de la
gramática proporciona a nuestro mensaje mayor fluidez, claridad, expresividad
y, ¡caramba!, un poquito de elegancia, por favor.
Sí,
elegancia, frente a lo marrullero o vulgar. Puede resultar extraño o una
simpleza, pero la gramática es un potente detector y delator de la
personalidad, temible o bálsamo. ¿No nos burlamos de la cantidad de “o sea” por
minutos que nos puede soltar un determinado tipo de personas? Por no criticar
el léxico infumable y la gramática tan elemental de buena parte de los
políticos que padecemos (últimamente les ha dado a todos por la expresión
“arrimar el hombro”, ¡qué nivel!).
Así
que la gramática, dilecto discípulo, se convierte en tarjeta de visita, valor
social, reflejo y reconocimiento -tan
buen uso, tanto vales o te valoro-.
En buena medida, la cortesía, la moderación, la urbanidad, la comprensión, la
cordialidad, la educación… son respuestas reflejas del buen uso de la
gramática. La gramática te sitúa en sociedad.
· Me voy a permitir un último apunte tipo colofón -para espolear tu interés o desasosiego, quién sabe-, directamente conectado con todo lo anterior,
sobre otra cualidad de la gramática, si me apuras, más sutil: te organiza las
capacidades intelectuales. Un sustrato de difícil precisión, porque actúa sobre
las fibras que mueven el interés por el aprendizaje y el conocimiento.