miércoles, 27 de junio de 2012

INTRODUCCIÓN - II

ELOGIO DE LA GRAMÁTICA

Ahora prescindamos de la morralla y vayamos al anverso, que da cumplida respuesta a esa pregunta final y tontilona de antes.

Para alcanzar la esencia de la gramática, su verdad científica y cotidiana, necesitas dotarte, por supuesto, de algunos rudimentos; pero además, de modestia y permeabilidad, es decir, mantenerte receptivo. Aunque tampoco conviene que tengas fe ciega en mi magisterio, porque puede que alguna vez te engañe, por escapar de mi propia ignorancia, por mitigar alguna cuestión de particular dificultad o por urdir alguna trampa que ponga a prueba la consistencia de tus progresos. De modo que tu confianza en mí no debe anular o condicionarte el adecuado sentido crítico; de lo contrario, derivaría en malformación de aprendizaje.

A mí juicio, la gramática pivota sobre tres grandes ejes perfectamente ensamblados entre sí. Observa, dilecto discípulo:

· La gramática nutre y estructura el pensamiento.

Nuestro pensamiento comienza a rodar cuando asociamos significados a palabras. Ahí estriba la base de su existencia y desarrollo: generar significados que inmediatamente parten a la busca y asociación con palabras, hasta el punto de que un significado sin palabra que lo sostenga no existe (prueba, a ver). Por ejemplo, alguien descubrió que en la atmósfera terrestre había una especie de “fluido que le permitía respirar” (después la ciencia precisaría lo de “mezcla de gases”, etc.), y decidió que aquel significado merecía una palabra, y se le ocurrió llamarlo aire (no preguntes la razón, no la hay, bien pudo darle el nombre de tontería -aunque quizás para entonces esta palabra ya estaría pillada con el significado que conocemos, imagina por qué-, pero no, se le antojó aire). Y esta asociación, aceptada por los miembros de la misma comunidad, prosperó. Un ejemplo más: otra persona consideró que a “moverse deprisa de un lugar a otro” le venía perfecto correr, y también todos aprobaron la idea. Y así, un ejercicio continuado de vínculos que fue poblando de palabras la lengua y sentando los cimientos del pensamiento. Pero, al fin y al cabo, sólo cimientos. Si el proceso se hubiera detenido ahí, el pensamiento no habría avanzado más allá del crucigrama, esa mera capacidad estática y memorística.

El  desarrollo lo trajo la gramática, dilecto discípulo. De su mano llegó la revolución. Arduo trabajo, no creas. Primero se dedicó a clasificar todas las palabras surgidas de las asociaciones, hermanándolas por afinidades y rasgos comunes. ¿Cómo te diría? Imagina un recinto lleno de deportistas de todo tipo, y encargan a un experto, muy experto, diferenciarlos y organizarlos según sus cualidades y habilidades. Unos para fútbol, otros para baloncesto, aquí los de lanzamiento de jabalina, allí los ciclistas, etc. Eso fue lo primero que hizo la gramática con las palabras, agruparlas en conjuntos cerrados -más o menos cerrados-, para lo cual utilizó su herramienta más inflexible, la morfología. Después, cuando ya puso a cada cual en su sitio, pasó a establecer relaciones entre ellas, unas veces muy simples y otras más complejas, según las necesidades de cada intercambio de mensajes, aunque siempre con el objetivo de alcanzar tanto eficacia como armonía (por ese orden -ya lo aclararé-). La gramática encargó esta segunda labor de engarce y filigrana a su otro agente, más dúctil que el anterior, la sintaxis.

Al pronto, parecería que primaba la uniformidad. Pero, ojo, la mayoría de los jugadores resultaron versátiles y, a lo mejor, según las circunstancias, el portero puede jugar de delantero centro y, no creas, no lo hace tan mal. De modo que las clasificaciones morfológicas no son tan herméticas, porque luego viene la sintaxis, más condescendiente y resultadista, y permite a veces que algunas palabras adopten un papel distinto al asignado por la morfología, siempre que con ello se refuercen la eficacia y armonía a las que me acabo de referir. Por ahora quédate con este apunte, dilecto discípulo, más adelante lo desarrollaremos.

Así consiguió la gramática que nuestro pensamiento nunca quedara huérfano ni reducido a colmenas de significados-palabras. ¡Cuántas expresiones podríamos elaborar con aire y correr, ¿verdad? Recuerda, por ejemplo esa que alguna vez te han dicho hundiéndote en la miseria: “Que corra el aire”.

· La gramática ilumina y precisa la comprensión.

Me refiero a la comprensión de mensajes transmitidos mediante las palabras -no es una perogrullada, hay mensajes exclusivamente visuales.

Para comprender y asimilar un mensaje en su totalidad, no nos basta con conocer el significado de sus palabras, no. Un mensaje no se entiende correctamente con sólo percibir palabras y conocer sus significados. ¿Por qué? Sin duda, la razón principal (puede darse alguna otra, ya lo comentaremos) radica en no haber contado con la gramática. En el anecdotario popular encontramos abundantes ejemplos. Uno de los más típicos: el del coronel que da la orden de que la tropa forme en el patio para presenciar un eclipse de sol, orden que se va transmitiendo por las jerarquías militares inferiores hasta que termina interpretándose que el sol del patio eclipsará al coronel formado delante de la tropa (más o menos). ¿Qué ha ocurrido?: se conocían los significados de todas las palabras, pero en la transmisión se han ido alterando sus valores morfológicos y sintácticos, propiciando en el mensaje último una comprensión radicalmente distinta a la pretensión inicial (volveremos a este ejemplo en más ocasiones, es muy ilustrativo). Concretamente al final, entre otras alteraciones, en el nivel morfológico se ha cambiado el sustantivo eclipse por el verbo eclipsar, y en el sintáctico la tropa ha pasado de sujeto oracional a complemento (no viene al caso ahora un análisis más exhaustivo).

Hombre, algo del mensaje inicial ha quedado, pero de manera tan defectuosa que el error se instala enquistado en la memoria (en tu disco duro, diría el clásico actual).

Y he aquí, mira por donde, aparece la memoria y se cuela en el proceso de marras como instrumento de anclaje de lo comprendido. Por tanto, cuando hemos entendido mal algún mensaje, nuestra memoria perpetúa el error, salvo que un nuevo mensaje sobre el mismo asunto, o un proceso de retrorreflexión permita asimilar la dimensión exacta de la intervención inicial (pero esto no ocurrirá sin la obligada ayuda de la gramática). Sería algo parecido a cuando queremos guardar algo en el ordenador y éste te dice “el archivo ya existe” y te da la opción de sustituir o cancelar. Habría que clicar sustituir, ¿no?

Repasemos la secuencia, dilecto discípulo, aplicada al ámbito del aprendizaje, cuando estudias en un libro o atiendes a las explicaciones del profesor (mensaje escrito o mensaje oral). Si además de conocer los valores lexicosemánticos de todas las palabras (los significados), conoces sus valores gramaticales (morfológicos y sintácticos), la comprensión del mensaje (oral o escrito) será perfecta. El resto del trabajo corre a cargo de la memoria, que integrará el mensaje satisfactoriamente en tu bagaje intelectual (una especie de almacén de conocimientos), culminando así el proceso de aprendizaje. En tu caso, seguro que habrías advertido el error en el eclipse del coronel.

Aguanta un poco, no te distraigas. Concluyamos expresando ahora en esquema los eslabones de esta cadena:

Palabras-significados + gramática > comprensión > memoria = aprender.

Así pues, a grandes rasgos, aprender es el resultado de memorizar lo comprendido en un mensaje oral o escrito. Y sin embargo, no aprenderemos correctamente si la comprensión ha sido equivocada y así ha quedado instalada en la memoria (como la orden del coronel, el eclipse, etc.). Todavía puede ser peor si no hemos comprendido nada del mensaje, porque sin comprensión no hay memoria que aguante un mal recuerdo.

Podemos deducir, pues, dilecto discípulo, que la gramática es la savia de la comprensión, y la memoria su aliada.

· La gramática modula y canaliza la expresión.

Si necesitamos la gramática para comprender lo que escuchamos o leemos, también la necesitaremos para que nos comprendan quienes nos escuchan o leen, es decir, para que nuestra expresión (oral o escrita) sea comprendida. Es de cajón, diría un castizo. En el caso del coronel-orden-tropa-eclipse-patio, los sucesivos fallos de comprensión-expresión en la comunicación llevaron al esperpento final. Las deficiencias gramaticales no van por barrios, dañan lógicamente todo el circuito interactivo de la comunicación.

Hay otras situaciones bien distintas a la anterior, dilecto discípulo. Observa, alguna vez nos pasa: “quiero decirte algo, pero no sé cómo”, comentamos a nuestro interlocutor. En cierta forma, el mensaje sería: “tengo la idea, incluso los significados-palabras que voy a utilizar -o sea, el qué decir-, pero me cuesta organizarlas para explicarme con claridad”. De modo que tengo el qué pero no el cómo.

Por ejemplo, he visto en tu camisa una mancha de dimensiones considerables (la idea), y además dispongo de los significados-palabras fundamentales, camisa, mancha y grande (qué decir), pero no sé cómo advertírtelo sin que te sientas ofendido. Si dispongo de gran variedad de recursos gramaticales (posibles presencias de la 2ª persona gramatical -como pronombre personal, como posesivo-, la variedad de deícticos -esa, ahí, etc.-, los valores reflexivos o impersonales de `se` o la relevancia de los aumentativos y diminutivos, por citar algunos), seleccionaré los que más convengan a mis pretensiones, y posiblemente acierte. “Se te ha manchado la camisa, quizás demasiado” parece lo más delicado. Con lo cual, la gramática ha encauzado esa expresión que se nos resistía, y la ha ajustado a la intención comunicativa.

Cuando, por el contrario, se nos atraganta el cómo decirlo, ocurre por carencias permanentes o transitorias en nuestros conocimientos gramaticales. Si el problema es puntual, de minutos en blanco, lo resolveremos enseguida, y acertaremos en la fórmula del mensaje que queremos transmitir. Pero si el vacío viene de antiguo, el mensaje resultará desequilibrado, marrullero, vulgar (“menudo manchurrón te has echado en esa camisa”, “el lamparón es tremendo”, etc.). Malditas carencias gramaticales que nos dejan en evidencia en el momento más inoportuno.

De todas formas, ese batiburrillo de palabras-significados sin organizar, en la expresión oral lo solventamos, mal que bien, acompañándonos del gesto o de sucesivas tonalidades más o menos esclarecedoras. Sin embargo, cuando el problema surge en la expresión escrita, la situación puede llegar a ser insoportable, sobre todo si las circunstancias obligan a una comunicación formal, ¿ponemos un examen, por ejemplo? (aquí se puede alcanzar el nivel de pánico).

Quizás alegues que normalmente salimos del atolladero de manera intuitiva, acostumbrados como estamos a comunicarnos. De acuerdo, pero el dominio de la gramática proporciona a nuestro mensaje mayor fluidez, claridad, expresividad y, ¡caramba!, un poquito de elegancia, por favor.

Sí, elegancia, frente a lo marrullero o vulgar. Puede resultar extraño o una simpleza, pero la gramática es un potente detector y delator de la personalidad, temible o bálsamo. ¿No nos burlamos de la cantidad de “o sea” por minutos que nos puede soltar un determinado tipo de personas? Por no criticar el léxico infumable y la gramática tan elemental de buena parte de los políticos que padecemos (últimamente les ha dado a todos por la expresión “arrimar el hombro”, ¡qué nivel!).

Así que la gramática, dilecto discípulo, se convierte en tarjeta de visita, valor social, reflejo y reconocimiento -tan buen uso, tanto vales o te valoro-. En buena medida, la cortesía, la moderación, la urbanidad, la comprensión, la cordialidad, la educación… son respuestas reflejas del buen uso de la gramática. La gramática te sitúa en sociedad.

· Me voy a permitir un último apunte tipo colofón -para espolear tu interés o desasosiego, quién sabe-, directamente conectado con todo lo anterior, sobre otra cualidad de la gramática, si me apuras, más sutil: te organiza las capacidades intelectuales. Un sustrato de difícil precisión, porque actúa sobre las fibras que mueven el interés por el aprendizaje y el conocimiento.

martes, 5 de junio de 2012

Gramática de autor


INTRODUCCIÓN - I


EL LASTRE 


Puedo comprenderlo, dilecto discípulo, la gramática es señera y temible, magistral y enigmática, sombra de amenazas, fábrica de frustraciones, mano impúdica e inmisericorde, fábula de horrores y errores, hipérbole del miedo.

En el proceloso mundo de la enseñanza y desde épocas hasta donde la retrospectiva alcanza, la gramática y las matemáticas han mantenido disputas permanentes, contiendas nada edificantes, para erigirse en materia o asignatura maldita. El ogro con el que tiene que batirse el estudiante desde su más tierna infancia, hasta arrebatarle con sangre y codos un mísero aprobado. Dos horrendos cíclopes imposibles de eludir.

Dejemos ahora a las matemáticas en el dique de la indigestión, y dispongámonos a transformar la gramática en manjar humano. He aquí mi objetivo, dilecto discípulo, descabalgar esa consideración arcana, aprensiva y timorata que te insuflaron junto con las fatigosas clasificaciones de sustantivos, las mortificantes conjugaciones verbales y las subordinadas adverbiales más abracadabrantes.

Para empezar, denunciemos la mediocridad de quienes fantasmean con la gramática o simplemente la ningunean. Conforma el primer grupo una tropa disforme integrada por falsillos o falsetes, aprendices de vitola, maestros de medio pelo, escépticos desinformados, relativistas vagos y un largo etcétera de violeteros sin estambres ni corola. Sus conocimientos se reducen a la memoria mecánica y estéril de reglas y clasificaciones para ejercicios tipo test, a cobijarse bajo el aura de un amigo filólogo, a la lectura del prólogo de la nueva gramática de la Academia como si de una novela se tratara, o exhiben esta nueva gramática con su estuchito y todo en la estantería del salón junto a la colección de Premios Nobel, o a fardar de algún saber importante, como lo del leísmo, anduve por andé y juegos de esgrima por el estilo.

Entre los otros, encontramos a los de “a mí no me vengas con milongas de sujeto y predicado, porque para sujeto tú y para predicado yo”. A éstos les violenta tanto no tener ni idea, que responden con desaires o alguna vulgaridad propia de su ingenio. Junto a ellos camina una inmensa turba de cojitrancos (y sálvese quien pueda) que, empecinados en la exaltación de su ignorancia, recurren a la interrogación retórica de los gaznápiros: ¿para qué sirve la gramática?

Quedas, pues, avisado, dilecto discípulo.