MORFOLOGÍA (I): DISCIPLINA Y ALMACÉN
Es seca, fría y calculadora,
pero tremendamente eficaz. Particularmente, se me antoja pelín impertinente y
áspera -ya conoces, dilecto discípulo, mi proclividad a la
indisciplina-, pero, como organizada y sistemática, es única.
Su trabajo consiste en poner
orden y concierto en todas las palabras que pueblan la lengua, amaestrarlas,
embridarlas, dotarlas de una forma definida con valor específico,
clasificarlas, y después agruparlas según la personalidad asignada a cada cual.
Y finalmente, una vez perfiladas al milímetro, ponerlas a disposición de la Sintaxis -sírvase,
le dice.
En la Introducción te puse
el ejemplo, dilecto discípulo, del experto que clasifica a deportistas. Aquí
voy a utilizar el de un casting.
Imagina el rostro severo de la Morfología ejerciendo
de seleccionador único en un casting. Y se presentan palabras y palabras para
formar parte de la Gramática.
Cada una con su currículo bajo el brazo, cuyo interés
esencial lo aporta el significado que les ha reconocido la Semántica y la Lexicología -dos
ciencias lingüísticas auxiliares de la Gramática (supongo que te sonarán al menos)-, al
que añaden otros méritos: que si vengo del latín, o del griego, que mi origen
es del árabe, que si mis raíces se remontan a la época ibérica, que si soy
capaz de hacer doblete con el inglés… y así todas.
Ahora ponte en plan Morfología,
con lo que es ella. Primero, por supuesto que si no se presentan con el
certificado de garantía de la
Semántica y la
Lexicología, ni las escucha, las rechaza inmediatamente, las
expulsa a las afueras del sistema (eso sí, a expensas del uso que les den los desaprensivos
analfabetos que padecemos). Y luego, a las demás, empieza a catalogar y
clasificar: tú con esa etimología no pretenderás convertirte en míster
sustantivo, o, tú tienes una pinta de preposición… etc.
¡Jo con la Morfología!, ninguna
palabra, por mínima que sea o por muy clandestina que intente su intromisión en
la Gramática,
escapa a su control e intervención. ¡Qué carácter! Y qué fidelidad a los
requisitos marcados por su superior (¿superiora?) la Gramática.
Siempre el mismo proceso, el
mismo recorrido: la
Morfología atisba, sopesa, examina, ahorma, clasifica y
adjudica a un grupo. Ejercicio que viene ejecutando desde los primeros compases
de la lengua con profesionalidad intachable. Menuda hoja de servicios, y mira
que lleva años (¡y siglos!).
Un trabajo metódico, dilecto
discípulo, sin posibilidad de réplica. No hay palabra que la saque de sus
casillas. Raro es conocer a alguien tan cuadriculada como ella.
¿He dicho casillas? ¿He dicho
cuadriculada? Precisamente es lo que utiliza, una suerte de cuadrícula
proporcionada por la Gramática. Con
nueve casillas o celdillas, nueve. A cada una de éstas va asignando cuantas
palabras selecciona para trabajar en nuestra lengua. Y en ellas las mantiene,
en perfecto estado de revista para cuando sean requeridos sus servicios.
He aquí la segunda gran
ocupación de la Morfología,
dilecto discípulo, regentar el gran almacén de las palabras, los materiales de
construcción del mensaje. Con una organización, clasificación y distribución
perfecta, con nueve casillas, o celdillas, o grandes depósitos (como queramos
llamarlos), nueve. Algunos de ellos con distintos compartimentos y
subdepósitos, también perfectamente diseñados (lo iremos viendo).
Estos nueve son: sustantivos, adjetivos,
artículos, pronombres, verbos, adverbios, preposiciones, conjunciones e
interjecciones.
Todos ellos permanecen en el
almacén de la Morfología
hasta que se activa el circuito de la comunicación. Lo suyo no es construir
mensajes, sino solamente proporcionar los materiales, el trabajo encomendado por
la Gramática. Será
la Sintaxis,
arquitecto del mensaje, quien le requerirá los materiales necesarios para, de
acuerdo con las reglas gramaticales, satisfacer la intención comunicativa del
auténtico constructor del mensaje, que es el emisor, la persona que se dirige a
su interlocutor.
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