jueves, 26 de julio de 2012


MORFOLOGÍA (I): DISCIPLINA Y ALMACÉN

Es seca, fría y calculadora, pero tremendamente eficaz. Particularmente, se me antoja pelín impertinente y áspera -ya conoces, dilecto discípulo, mi proclividad a la indisciplina-, pero, como organizada y sistemática, es única.

Su trabajo consiste en poner orden y concierto en todas las palabras que pueblan la lengua, amaestrarlas, embridarlas, dotarlas de una forma definida con valor específico, clasificarlas, y después agruparlas según la personalidad asignada a cada cual. Y finalmente, una vez perfiladas al milímetro, ponerlas a disposición de la Sintaxis -sírvase, le dice.

En la Introducción te puse el ejemplo, dilecto discípulo, del experto que clasifica a deportistas. Aquí voy a utilizar el de un casting.

Imagina el rostro severo de la Morfología ejerciendo de seleccionador único en un casting. Y se presentan palabras y palabras para formar parte de la Gramática. Cada una con su currículo bajo el brazo, cuyo interés esencial lo aporta el significado que les ha reconocido la Semántica y la Lexicología -dos ciencias lingüísticas auxiliares de la Gramática (supongo que te sonarán al menos)-, al que añaden otros méritos: que si vengo del latín, o del griego, que mi origen es del árabe, que si mis raíces se remontan a la época ibérica, que si soy capaz de hacer doblete con el inglés… y así todas.
           
Ahora ponte en plan Morfología, con lo que es ella. Primero, por supuesto que si no se presentan con el certificado de garantía de la Semántica y la Lexicología, ni las escucha, las rechaza inmediatamente, las expulsa a las afueras del sistema (eso sí, a expensas del uso que les den los desaprensivos analfabetos que padecemos). Y luego, a las demás, empieza a catalogar y clasificar: tú con esa etimología no pretenderás convertirte en míster sustantivo, o, tú tienes una pinta de preposición… etc.

¡Jo con la Morfología!, ninguna palabra, por mínima que sea o por muy clandestina que intente su intromisión en la Gramática, escapa a su control e intervención. ¡Qué carácter! Y qué fidelidad a los requisitos marcados por su superior (¿superiora?) la Gramática.
           
Siempre el mismo proceso, el mismo recorrido: la Morfología atisba, sopesa, examina, ahorma, clasifica y adjudica a un grupo. Ejercicio que viene ejecutando desde los primeros compases de la lengua con profesionalidad intachable. Menuda hoja de servicios, y mira que lleva años (¡y siglos!).

Un trabajo metódico, dilecto discípulo, sin posibilidad de réplica. No hay palabra que la saque de sus casillas. Raro es conocer a alguien tan cuadriculada como ella.

¿He dicho casillas? ¿He dicho cuadriculada? Precisamente es lo que utiliza, una suerte de cuadrícula proporcionada por la Gramática. Con nueve casillas o celdillas, nueve. A cada una de éstas va asignando cuantas palabras selecciona para trabajar en nuestra lengua. Y en ellas las mantiene, en perfecto estado de revista para cuando sean requeridos sus servicios.

He aquí la segunda gran ocupación de la Morfología, dilecto discípulo, regentar el gran almacén de las palabras, los materiales de construcción del mensaje. Con una organización, clasificación y distribución perfecta, con nueve casillas, o celdillas, o grandes depósitos (como queramos llamarlos), nueve. Algunos de ellos con distintos compartimentos y subdepósitos, también perfectamente diseñados (lo iremos viendo).

Estos nueve son: sustantivos, adjetivos, artículos, pronombres, verbos, adverbios, preposiciones, conjunciones e interjecciones.

Todos ellos permanecen en el almacén de la Morfología hasta que se activa el circuito de la comunicación. Lo suyo no es construir mensajes, sino solamente proporcionar los materiales, el trabajo encomendado por la Gramática. Será la Sintaxis, arquitecto del mensaje, quien le requerirá los materiales necesarios para, de acuerdo con las reglas gramaticales, satisfacer la intención comunicativa del auténtico constructor del mensaje, que es el emisor, la persona que se dirige a su interlocutor.

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