jueves, 18 de octubre de 2012

                 MORFOLOGÍA (II): LOS MATERIALES EN ESTADO PURO

Llamemos, dilecto discípulo, al portalón principal de ese gran almacén de las palabras al que me he referido antes. Nos abrirá Morfología, con una amabilidad circunspecta (recuerda que esta señora -¿la llamamos señora?- no es muy dada a veleidades).

Pasemos, Morfología nos ofrece una visita guiada. Para empezar conviene una primera impresión, una panorámica general de las distintas dependencias. Tiempo habrá luego de conocer detenidamente cada una de ellas y las peculiaridades y particularidades de las palabras que contienen.

Advertirás desde la entrada un largo pasillo que parece seccionarlo en dos grandes naves, cada una con su correspondiente cartel identificativo: “Palabras variables”, Palabras no variables”. Se trata de la primera gran división que Morfología aplica a su arsenal.

La nave de la derecha (por situarla de algún modo) está dedicada a las palabras no variables: aquéllas cuya forma o aspecto o figura debe permanecer inalterable cuando son utilizadas en la construcción de los mensajes. Distribuidas y agrupadas en cuatro compartimentos, cada uno rotulado con la denominación de sus, digamos, moradores: preposiciones, conjunciones, adverbios e interjecciones.

Sin embargo, no nos engañemos, esa característica de indeformables es casi lo único que tienen en común; porque, luego, las tareas que tienen asignadas para nuestros mensajes son bastante diferentes. Aunque preposiciones y conjunciones se parecen en algo: ambas realizan labores de conexión, cada una en su estilo, eso sí, e incluso a veces forman equipo entre ellas para algún que otro trabajillo de enlace; por eso ocupan compartimentos limítrofes, y con ventanas en la pared medianera (Morfología quiere que se lleven bien); pero poco que ver con la misión de los adverbios -colaboran con éstos en contadas ocasiones- y, mucho menos, de las interjecciones. Pero no nos entretengamos, ahora nos basta con esta primera aproximación.

En la nave de la izquierda se encuentran las palabras variables: aquellas que disponen de la capacidad y, por tanto, de la posibilidad de modificar algún aspecto o perfil o rasgo de su forma (con el permiso y los márgenes que Morfología permite, claro -¡faltaría más!-). La estructura de este recinto se nos antoja bastante simple: al pronto sólo advertimos un largo testero dividido por un pasillo separador, y, en el centro de cada uno de sus lados, dos grandes rótulos: nombre y verbo.

Detengámonos aquí un momento. Si hay pasillo separador, como acabamos de apreciar, debe de haber diferencias entre ambos grupos. Efectivamente, pero también algo en común, por eso se encuentran en el área del caserón asignada a las palabras variables. ¿En qué variación coinciden las de uno y otro lado de ese pasillo a la izquierda? En el número.

¿Cómo? ¿Qué es eso de número? Enseguida Morfología, atenta a despejar cualquier duda, aclara: en Gramática no utilizamos conceptos matemáticos, llamamos número para distinguir simplemente entre uno (singular) y más de uno (plural -sean dos o cincuenta mil, o cuantos queramos-).

Por tanto, nombre y verbo coinciden en la posibilidad de variar su presencia en los mensajes: singular o plural.

No es la única razón para este agrupamiento general de variables. Además, dentro de cada una de esas dos cofradías (nombre, y verbo), encontramos formas distintas para su intervención en los mensajes.

Por eso, la distribución en dos grandes bloques que antes nos pareció tan elemental, ahora, tras prestar atención más específica a uno y otro lado del pasillo, puede parecer algo más complicada.

Vayamos a la zona del verbo. Ya desde la puerta misma podemos apreciar diferencias sustanciosas, sin necesidad de entrar, ahora no.

Distinguimos en primer lugar tres grandes departamentos, que se corresponden con las tres conjugaciones que conocemos (ya sabes, los terminados en –ar, -er, -ir) -primera variable.

Si fijamos nuestra atención en uno solo de tales departamentos (el de los verbos en –ar, por ejemplo), veremos que presenta una estructura perfectamente delineada, delimitada y diferenciada en sucesivas dependencias y subsecciones. Ello está orientado a distinguir entre modos verbales (recuerda: indicativo, subjuntivo…) –segunda variable-, tiempos verbales (presente, pretérito…) –tercera variable- y personas gramaticales (primera, segunda y tercera) –y cuarta variable.

La misma configuración se repetirá en los otros dos grandes departamentos (los en –er, -ir), correlación estructural que permite flujos comunicantes de hermandad entre los tres a través de ventanas o angostos corredores.

Todo un entramado que da cumplida respuesta a las necesidades de cada mensaje, y que abordaremos, dilecto discípulo, cuando nos toque adentrarnos en ese proceloso mundo del verbo que ahora sólo contemplamos desde el pórtico. Por el momento, nos sirve para constatar su carácter variable. Así que no te inquietes con este trallazo de datos que acabo soltar, ni te agobies si ha reavivado fantasmas del pasado.

Nos queda el otro lado de ese pasillo a la izquierda dedicado a las palabras variables, el área asignada al nombre. Desde la misma entrada observamos sus cuatro compartimentos, conteniendo respectivamente sustantivos, adjetivos, artículos y pronombres.

Por si en principio nos surge alguna duda, enseguida Morfología –siempre al quite- nos aclara: estos cuatro están integrados en la denominación general de nombre, por una norma gramatical que viene de antiguo, aunque sus detalles particulares no vienen al caso. Tan sólo precisar que nombre es prácticamente sinónimo de sustantivo, y así se considera en la actualidad. Pero hay que tener en cuenta lo siguiente: el artículo no puede vivir sin el sustantivo; el adjetivo basa la razón de su existencia en la estrecha relación que guarda siempre con el sustantivo; y el pronombre se limita a sustituir al nombre cuando éste no está. Por todo ello, los cuatro se encuentran integrados bajo la denominación general de nombre.

¿Por qué consideramos a los cuatro palabras variables? Porque, además de distinguir entre singular y plural como el verbo (ya queda dicho), coinciden en expresar de forma diferente el género gramatical masculino y el femenino. Así de sencillo.

Convendría puntualizar aquí un detallito: el modo verbal llamado participio, tan cercano y tan mellizo con el adjetivo, a veces también participa de la opción masculino/femenino (tranquilo, ya descubriremos esta curiosa coincidencia).

Sobre el concepto de género, Morfología nos especifica enseguida: aquí no especulamos con género sexual o genético, nos referimos exclusivamente al género gramatical, conste. Ten muy en cuenta esta precisión, dilecto discípulo; no vaya a confundirte tanto cateto como anda por ahí suelto. De todas formas, volveremos sobre este asunto cuando nos detengamos en el conocimiento del sustantivo.

En conclusión, dilecto discípulo, los materiales relacionados son los que nos ofrece o impone la Gramática a través de la Morfología, su fiel escudera o jefa de almacén. Recapitulemos: cinco grupos de palabras variables (sustantivos, adjetivos, artículos, pronombres y verbos), y cuatro de palabras invariables (adverbios, preposiciones, conjunciones e interjecciones).

Los mensajes que construyamos o recibamos ya construidos serán tanto más eficaces y comprensivos cuanto mejor uso hagan de estos materiales, todos ellos con el sello de garantía y calidad.

Creo que ahora ya sí podemos adentrarnos en las dependencias, secciones, departamentos, celdillas y anaqueles de este magno almacén de las palabras, que, por su imponente valor gramatical, mejor deberíamos calificarlo de catedral.

No haremos una visita caprichosa o arbitraria (Morfología nunca lo permitiría), sino pragmática, modulada y gradual. Partiremos de las herramientas fundamentales, hasta concluir en los aperos menos relevantes aunque también necesarios.

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