lunes, 19 de noviembre de 2012

SUSTANTIVOS (I): LA MATERIA PRIMA

Es impresionante, dilecto discípulo, cómo entra Morfología en el santuario de los sustantivos. Observa su semblante, la rigidez habitual muda a templanza, como la mirada que acaricia el cuadro más preciado de un museo.

El sustantivo es el primogénito de la comunicación humana. Así lo han demostrado otras ciencias lingüísticas, cuyos argumentos ha reconocido la Gramática e impuesto a su fiel escudera, Morfología. Por eso, ésta ha asumido con gran profesionalidad la custodia de tan preciado tesoro, y dedica especial atención, casi mimo, a tan ilustre parcela de sus dominios.

Entiéndeme, dilecto discípulo, digo primogénito en el sentido más literal y denotativo del término: el engendrado en primer lugar. No implica, pues, menosprecio ni marginación para las otras clases de palabras, sólo que Morfología otorga un trato particular al sustantivo por ser el primero que trajeron de fábrica (recuerda que no es tarea de Morfología la elaboración de palabras, sino de recibirlas, custodiarlas, asearlas y perfeccionar su perfil para tenerlas listas y a disposición de la Sintaxis para la construcción de los mensajes).

¿Y qué tiene de especial el sustantivo? ¿Qué lo hace tan importante? ¿Cuál es su personalidad? ¿Qué es? La identificación de cuanto abarca nuestro mundo exterior e interior. El sello, la etiqueta, el símbolo en forma de palabra con que reconocemos esa realidad tan diversa o plana y tan enorme o reducida que, por un lado, nos rodea y, por otro, surge de nuestra propia intimidad.

Esto hay que explicarlo, claro.

Empezando por lo que llamo identificación. Hagamos un ejercicio de situación histórica, mejor dicho, prehistórica. Las primeras personas que superaron la comunicación mediante gruñidos y descubrieron su capacidad de hablar comenzaron por dar nombre al entorno más inmediato; es decir, asignar palabras a los objetos que manejaban, a los lugares donde vivían, a los seres vivos con los que se relacionaban bien o mal, o a los que utilizaban para su sustento, a los elementos de la naturaleza en la que se desenvolvían…, y también a los sentimientos, emociones o pensamientos generados en algún lugar de su mente o espíritu.

Era una necesidad, digamos que innata, reducir a palabras todo aquello que percibían por los sentidos o se fraguaba en su propio entendimiento. Con un fin inmediato, poder comunicarse entre ellos, al menos con ciertas garantías de eficacia. Así aparecerían árbol, piedra, agua, cueva, miedo, amor, odio…, los primeros sustantivos que poblaron la tierra, la primera experiencia de la comunicación humana. Rudimentos, sí, pero sustantivos (como los otros rudimentos para la supervivencia de la especie: los utilizados para comer, abrigarse…).

De por qué le asignaron esos nombres y no otros (por ejemplo, rilo en vez de amor), o la misma palabra pero con otro orden fónico (por ejemplo, boral en vez de árbol), no preguntes, no hay razón medianamente lógica. Además, excede con mucho el ámbito de la Gramática, que es por donde andamos.

Regresemos, dilecto discípulo, a la actualidad, para centrarnos en una situación que guarda similitudes con aquella prehistoria. Me refiero a los primeros estadios del niño en su afán de comunicación. Al principio señala con sus manos o con la mirada o con la expresión misma de su rostro, señala porque todavía no ha aprendido a reducir a palabras el foco de su interés. Hasta que las escucha y asimila. Las primeras son sustantivos, que él oye y reproduce en cuanto se activa su capacidad de expresión articulada: mamá, papá, pipí, caca… El bagaje iniciático de su expresión lingüística y, por tanto, humana bajo el signo del sustantivo.

¿Y nosotros? Tuvimos los mismos comienzos del niño, evidentemente. Pero, ¿y ahora?, ¿qué pasa con nuestros sustantivos de ahora? Pues que no dejamos de hacer acopio de ellos a medida que desarrollamos conocimientos, inquietudes, curiosidades y sentimientos.

Ese proceso no quiebra, ojo, si no nos estancamos en el pequeño mundo ya adquirido. Por ponerte un ejemplo bastante simple: tengo un amigo, negado hasta hace poco para la cocina; pero últimamente, a saber por qué misterioso interés o trauma psicosocial, se ha interesado vivamente por la gastronomía. Afición sobrevenida que le ha suministrado un buen puñado de sustantivos con los me martiriza a cada ocasión: soufflé, baya, grosella, levadura, fideuá, puerro, bofe, ostión y no sé cuántos más. Una órbita antes desconocida para él (para mí también) que indudablemente le ha descubierto nuevas sensaciones y perspectivas de la realidad y, en consecuencia, ha enriquecido su percepción vital.

Lo mismo ha ocurrido, está ocurriendo, en nosotros: en la medida en que salgamos de nuestro microclima y nos adentremos en otros ámbitos del saber o del sentir, la necesidad de identificar sus saberes o sus sentires nos proporcionará nuevos sustantivos, el campo se ensancha, nuestra visión es más amplia y diáfana. No olvides que sólo conocemos lo que somos capaces de reducir a significados que identificamos en forma de palabra.

Imagina una lengua sin sustantivos. Imagina que no tuviera nombre, por ejemplo, la plancha vertical de madera sujeta a un lateral de una pared que sirve para separar una habitación de otra, o el artilugio con cuatro ruedas bajo una carrocería y un motor que sirve para desplazarse de un lugar a otro, o la emoción irresistible que nos produce otra persona, o la dedicación a descubrir en los libros las diferentes manifestaciones de la ciencia, o… Define tú mismo, dilecto discípulo, el significado de cualquier sustantivo y quítale ese soporte, justamente ese sustantivo que concentra en una sola palabra todo el significado definido, como yo acabo de hacer con puerta, coche, pasión y estudio.

E imagina, por abundar en el absurdo, que quitáramos del párrafo anterior todos los sustantivos que aparecen en él, prescindamos por un momento de su existencia. ¿Lógico, no?: la comunicación sería imposible.

Y sin embargo, si por el contrario mantuviéramos todos los sustantivos de ese párrafo y elimináramos de él las demás clases de palabras que contiene (verbos, adjetivos, preposiciones, etc.), la comunicación resultaría harto difícil o complicada, desde luego, pero no tan imposible como faltando los sustantivos.

Te puedes explicar, pues, la querencia de Morfología por los sustantivos. La primogenitura que ostentan no es gratuita, son el primer instrumento tanto en el tiempo como en importancia para la transmisión e intercambio de nuestros mensajes. Ellos pueblan nuestra comunicación de tal manera que las demás clases de palabras actúan en función de ellos; es decir, la presencia obligada e incesante de los sustantivos en nuestros mensajes provoca una intervención en cadena del resto (desde luego, cada cual con su valor y preponderancia específica, habitualmente nos parece más valioso un verbo que, digamos, una preposición).

Puede que me pidas un ejemplo de esa dependencia. Allá va. ¿Recuerdas el caso del coronel y el eclipse que comentamos en la Introducción? Vamos a reducirlo a palabras. La mayor carga significativa del mensaje que pretendemos construir se encuentra en los siguientes sustantivos: coronel, orden, tropa, patio, cuartel, eclipse, sol. La elaboración final del mensaje puede dar varias opciones (de hecho, así lo vimos entonces), pero nosotros nos limitaremos a la lógica. Sería ésta: el coronel ha dado las órdenes oportunas para que toda la tropa forme en el patio del cuartel y presencie un maravilloso eclipse de sol. Efectivamente, podrás observar que los sustantivos seleccionados para la intención comunicativa del mensaje han desencadenado la presencia y ayuda necesaria de las demás clases de palabras que te he resaltado en negrita. Verbos, artículos, adjetivos de distinto tipo, preposiciones y conjunciones han acudido a apuntalar y redondear el mensaje último; pero el embrión ya se encontraba en los significados de los sustantivos.

Ahora bien, comprende, dilecto discípulo, que Morfología no es simple fan prendada de la importancia capital de los sustantivos para nuestros mensajes. Ella toma cartas en el asunto justamente cuando estas palabras, ya dotadas de significado, llegan a su feudo (igual ocurre con las demás clases de palabras). Esto es importante, ella no se dedica a inventar sustantivos (eso es trabajo de otras ciencias lingüísticas), sino a recibirlos ya fabricados, como hemos dicho, conservar ese legado transmitido, asearlo y perfeccionarlo para ponerlo a disposición de la Sintaxis en las mejores condiciones de uso para la construcción de los mensajes (no olvidemos que es la Sintaxis quien acude al almacén de Morfología para pedirle y seleccionar los materiales que necesita).

Precisemos entonces la intervención de Morfología con respecto a los sustantivos: pulir sus formas (un trabajo casi de miniaturista), por un lado, para conseguir perfiles precisos de singular y plural y de masculino y femenino; y por otro, para organizarlos y clasificarlos según las indicaciones o sugerencias recibidas de otras ciencias lingüísticas.

No te inquietes, dilecto discípulo. Iremos despejando suavemente los senderos del sustantivo según lo expresado en el párrafo anterior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario