viernes, 22 de febrero de 2013

SUSTANTIVOS (II): EL MISMO MATERIAL CON DIVERSAS TONALIDADES


Para adentrarnos en la morada del sustantivo y conocer sus estancias, dilecto discípulo, conviene llevar bien alertada la disposición al aprendizaje científico.

Cuidado, no te inquietes. En determinadas circunstancias cualquier referencia a valores científicos nos pone en guardia, tensa el cuerpo y la mente como si de una amenaza indefinida se tratara. Y sin embargo, la ciencia nunca será enemiga, sino aliada de la condición humana.

Esta puntualización, aunque evidente, no es vana. En la actualidad, ciertas pedagogías acerca de la lengua andan demasiado ocupadas en otorgarle un valor puramente utilitarista. Algo parecido, por ejemplo, a la servidumbre que nos presta el mando a distancia de la tele (apenas conocemos sus características técnico-científicas, ni nos interesan).

Por esa superficie parece que discurren arribistas de última generación. Para ellos, el conocimiento de la variedad de sustantivos que ofrece la Morfología no es rentable; en otras palabras, no mejora las posibilidades de comunicación, y por lo tanto, para qué.

Sin embargo, no todas las piedras preciosas son iguales. El mosaico de sustantivos que vamos a afrontar, con sus diversas tonalidades, no sólo es valioso para nuestro uso de la lengua, sino también, y sobre todo, para el desarrollo de nuestras capacidades intelectuales. Ya te di las razones en la Introducción, dilecto discípulo: la Gramática, y en consecuencia, la Morfología “nutre y estructura el pensamiento”.

Creo que es suficiente. No nos entretengamos más. Entremos de la mano de Morfología en el área reservada a los sustantivos. Atendamos al rigor y desvelo con que ella los desbroza, configura, articula y hasta embrida. Es superior a sus fuerzas, no puede vivir en el desorden. Una gran profesional, sin duda. Aunque a veces se nos antoje algo tiquismiquis por un exceso de clasificación, su oferta es profusa pero precisa.

Ella, discreta y eficaz, enseguida se presta a las explicaciones.

Desde los comienzos de la Gramática, a diario llegaban a Morfología sustantivos y sustantivos, procedentes de la Semántica, con la pretensión de ocupar un lugar en las necesidades de comunicación del hombre.

Ya desde las primeras avalanchas Morfología percibió que, aunque sustantivos todos, se presentaban discriminados y agrupados según los rasgos distintivos de sus significados. Nada desdeñable esta labor previa de la Semántica. Resultaría muy provechosa para su trabajo (en su momento aclararé por qué).

En una primera aproximación al catálogo concebido por la Semántica, Morfología observó dos grandes comunidades: sustantivos comunes y sustantivos propios (llamados también nombres, ya te he dado las razones de esta tendencia habitual).

No consideremos arbitraria semejante denominación, sino bastante simple; tampoco la Semántica es muy dada a extravagancias ni marañas.

Llamó comunes a los sustantivos con significados de toda la vasta, vastísima, realidad interior y exterior de nuestra existencia, desde lo puramente material y cotidiano hasta los más insondables resortes de la mente humana. La división del tiempo (mañana, mes), objetos (libro, cacerola), lugares (casa, montaña), personas (mujer, gente), cualidades (bondad, rebeldía), sentimientos (amor, miedo)… Un sin fin.

Comprenderás, dilecto discípulo, que el concepto de comunes alude a los sustantivos que comparten ciertos rasgos en algunas de esas realidades que acabo de mencionar (objetos, lugares, sentimientos, etc.) Es decir rasgos comunes a una misma realidad.

Como digo, todos los comunes llegaron a Morfología con significado incluido, obviamente. Pero además, algunos portaban como enhebrados a ellos, a modo de cometas engarzadas, otros sustantivos carentes de significado. Eran los propios.

Los llamados nombres propios eran, y son, identificaciones específicas de la realidad expresada por algunos comunes.

Sí, lo aclaro con un ejemplo. Pongamos el sustantivo común ‘hombre’. No perdamos el tiempo en recordar su significado (aunque hay quien parece haberlo olvidado). Ahora hablemos de Sófocles, Ulises, Alberto o Juan. Acordaremos que nos estamos refiriendo a un hombre que se llama Sófocles, Ulises, Alberto o Juan. O pongamos el sustantivo común ‘mujer’. Y hablemos de Helena, Penélope, Ana o Marina. O pongamos el sustantivo común ‘ciudad’. Y hablemos de Madrid, Málaga, Ávila o Córdoba.

El verdadero significado se encuentra en los referidos sustantivos comunes. Los otros nombres son una mera referencia de ellos, una etiqueta (así lo llaman algunas gramáticas), una marca identificativa, vacía de significado, sólo particularizan al sustantivo común. Son los propios, en los casos mencionados, de un hombre concreto, de una mujer concreta o de una ciudad concreta.

Por esta razón, Morfología segregó a los comunes de los propios, adjudicando a estos un recinto específico dentro del área del sustantivo -imagina que ocupan una banda de todo el fondo de un rectángulo-. Y para reconocerlos en la escritura recomendaría a Ortografía que aparecieran con mayúscula.

Quedaba establecida así, dilecto discípulo, la distinción inicial.

Como la cuestión de los propios no necesitaba mayor atención por el momento, se centró en los comunes (los que más quebraderos de cabeza le daban) –que les adjudicó el resto del rectángulo a excepción del vestíbulo (ya lo aclararé al final).

Pero no se detuvo ahí el temperamento regulador de Morfología, porque tampoco tal distribución agotaba la clasificación semántica. Entre los sustantivos comunes había grupos y subgrupos cuyos significados, siempre a dúo, apuntaban a una cierta incompatibilidad entre ellos.

Así pues, la medida siguiente consistió en partir en dos grandes espacios el recinto del sustantivo común, para alojar en ellos el emparejamiento de incompatibles que consideró más relevante para nuestras posibilidades expresivas.

A un lado situó a los sustantivos comunes con significados referidos a nuestra percepción de la realidad material, es decir, personas, animales o cosas (cosas en el sentido más amplio de objetos, lugares…). O dicho de otra manera, todo aquello que podemos percibir por los sentidos (vista, olfato, tacto…) –no se incluye aquí el llamado sentido común; resuelve tú, dilecto discípulo, por qué-. Estos integraban el grupo de sustantivos concretos.

Y al otro lado, los referidos a nuestra interpretación de lo inmaterial, es decir, acciones (ataque), procesos (corrupción), cualidades de personas (bondad), animales (nobleza) o cosas (belleza)… O dicho de otra manera, todo aquello que no percibimos por los sentidos -salvo por el sentido común en este caso-, sino por la mente. Estos, opuestos a los anteriores, conformaban el grupo de sustantivos abstractos.

Pero Morfología no hizo de la medianera entre ambos grupos un muro infranqueable, sino más bien un tabique acolchado y permeable. Porque el contraste entre concretos y abstractos no siempre es tajante y perfectamente delimitado; a veces, ciertos sustantivos son de difícil integración en uno u otro lado, dependerá de cómo se interpreten al utilizarlos en la conversación. Por ejemplo: darse un corte (concreto) en la mano con un cuchillo, o darle a uno corte (abstracto) hablar de ciertas cosas.

Tras esa parcelación Morfología, siguiendo el hilo conductor de la Semántica, advirtió que tanto dentro de los concretos como de los abstractos convivían otros matices añadidos al significado base de cada cual. También mediante emparejamientos de significados incompatibles. Se trataba del mismo tipo de subgrupos, dos como poco, reproducidos a uno y otro lado.

Veamos, recuperemos parte de aquel ejemplo del coronel-eclipse-tropa, etc. El nombre común ‘soldado’ pertenece al grupo de los sustantivos concretos porque el significado que representa lo percibimos por los sentidos (el de la vista en este caso, ¿no?). Pero, a su vez, también alude a una realidad material (una persona) con existencia única, particular, individual. Incluso si utilizáramos este sustantivo en plural, ‘soldados’, el resultado reproduciría una suma de individualidades (un soldado + un soldado + otro soldado….). Pues bien, ¿el sentido de este significado en plural sería idéntico al propio del sustantivo también concreto ‘tropa’? No exactamente. Porque ‘tropa’ aporta un matiz diferente: el valor de conjunto, de grupo, de colectivo; del cual carece ‘soldados’ (aunque ambos coincidan en el concepto de pluralidad). Lo mismo ocurre cuando distinguimos los significados de ‘personas-gente’, ‘ovejas-rebaño’…

Esta, digamos, rivalidad entre significados de los sustantivos comunes concretos recibió el nombre de individuales (soldado, persona, oveja…) y colectivos (tropa, gente, rebaño…).

También se da entre los sustantivos comunes abstractos. De ellos, ahora sólo tengo a mano un ejemplo: podemos considerar que la honestidad (individual), la bondad (individual), la generosidad (individual)… de una persona conforman su acervo (colectivo) moral.

No obstante, aunque disponemos de ejemplos de individuales y colectivos a uno y otro lado de la medianera, este tipo de emparejamiento no es equilibrado ni uniforme, en lo que a frecuencia se refiere. Existe principalmente entre los sustantivos concretos, y con claro predominio de los individuales sobre los colectivos. Y entre los abstractos adquiere escasa relevancia; porque estos son individuales en su inmensa mayoría.

Vayamos ahora, dilecto discípulo, a otra variable en la representación del significado dentro de los concretos y de los abstractos. Te la voy a anunciar de principio: contables y no contables.

Hablamos, como en los casos anteriores, de los significados vinculados a los sustantivos. Aquí la base de la diferencia radica en la posibilidad de que el significado transmitido sea susceptible de cálculo numérico o no. Dicho de otro modo, si el significado del sustantivo en cuestión (sea concreto individual o colectivo, abstracto individual o colectivo) admite el uso del plural, será contable; en caso contrario, no contable.

De acuerdo con dicha premisa, cabe interpretar que una gran cantidad de concretos individuales son, a su vez, contables, como los ya citados ‘soldado’, ‘persona’, ‘oveja’. Pero asimismo entre los concretos colectivos encontramos muchos contables, como los también citados ‘tropa’ y ‘rebaño’.

Y además, entre los concretos individuales podemos descubrir no contables, como, por ejemplo, ‘firmamento’ (cuenta si puedes). También entre los concretos colectivos, ‘gente’ (para contar tendrías que pasar ‘gente’ a su correspondiente individual ‘personas’).

Por otro lado, tanto en los abstractos individuales como en los abstractos colectivos arrasan los no contables. En estos dos grupos apenas hay contables.

Si repasas brevemente, dilecto discípulo, este menudeo de contables y no contables con el que acabo de martirizarte, si lo haces con disposición de entenderlo, comprobarás fácilmente lo que te he indicado antes: el posible traslado, o no, del sustantivo a plural marcará la incompatibilidad. Compruébalo tú mismo con los ejemplos precedentes.

Una salvedad quiero hacerte acerca de lo desarrollado hasta aquí: el lenguaje literario, con las licencias que se permite, puede descabalgar buena parte de mi exposición. Pero -puedes suponerlo- la expresión literaria discurre por coordenadas bien diferentes, que no caben en esta gramática (no del todo). Un par de ejemplos: “esas pobres gentes malviven rodeadas de inmoralidades”. ‘Gente’ es concreto no contable, por lo que debería utilizarse siempre en singular, y sin embargo aquí aparece en plural. ‘Inmoralidad’ es abstracto no contable, por tanto, también debería utilizarse siempre en singular, y sin embargo aquí aparece en plural. Parece como si el autor instalara un amplificador a esos dos sustantivos para denunciar una situación de desamparo absoluto.

Bien, volvamos a Morfología, observemos esa mirada suya, inteligente, ágil, metódica, práctica, contemplando la variada gama de sustantivos con sus correspondientes significados, proporcionados todos por la Semántica. ¿Qué hacer con ellos?, ¿cómo almacenarlos con un mínimo de sentido y orden al servicio de la Sintaxis? Porque había recibido hasta otros subgrupúsculos de sustantivos que, animados por semantistas y gramáticos del milímetro, reivindicaban consideraciones tan específicas como inoperantes: que si nosotros somos abstractos de fenómenos; que si nosotros, de colectivos híbridos, etc. Prescindió de estos.

Y finalmente, decidió marcar cuatro franjas separadoras en el espacio asignado a los sustantivos comunes concretos (similar a las calles de las piscinas olímpicas): individuales contables, individuales no contables, colectivos contables y colectivos no contables. Y aplicó el mismo proceder con los sustantivos comunes abstractos.

Perdona mi insistencia, pero me parece fundamental que quede claro: cualquier sustantivo común concreto será también individual o colectivo y, a la vez, contable o no contable. Lo mismo que uno abstracto.

Ahora bien, hasta el momento la intervención de Morfología se había limitado a ser depositaria del material enviado por la Semántica, incluso de seguir fielmente sus indicaciones y fórmulas organizativas con respecto al sustantivo y sus significados. Pero su trabajo, el que verdaderamente se esperaba de ella -dar forma adecuada a los sustantivos para ponerlos en condiciones de ser aceptados, seleccionados y utilizados por la Sintaxis- no había comenzado aún. Para ello tenía reservada la zona del vestíbulo del rectángulo asignado al sustantivo.

Lo trataremos en la próxima entrega, dilecto discípulo. Aguarda.

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